Verdad Escrita. |30|07|2024|
Fuerzas revolucionarias y paramilitares chavistas respondieron con sangre y fuego a los miles y miles de jóvenes que se lanzaron a las calles para protestar por el fraude masivo en las elecciones presidenciales de Venezuela. Fuentes independientes confirmaron la muerte violenta de al menos siete jóvenes, aunque varias más se encontraban bajo investigación.
Pasada la medianoche en Venezuela persistían los focos de enfrentamientos en distintos puntos del país. El Foro Penal denunció la muerte del joven Alejandro Graterol, de 18 años, quien fue alcanzado de un balazo en el cuello cuando protestaba en Yaracuy. La misma suerte corrió un menor de 15 años en San Francisco, en el estado petrolero del Zulia, y otro joven en los alrededores de las protestas que tuvieron lugar junto al Instituto Venezolano de Seguros Sociales en el barrio caraqueño de Antímano, que durante años fue la zona donde el chavismo obtenía un porcentaje más alto de apoyos.
La Encuesta Nacional de Hospitales añadió tres nombres a la lista: uno en Caracas y dos en Maracay, capital de Aragua, a dos horas de la capital. En esta ciudad los hospitales reclamaban sangre y utensilios médicos tras la batalla campal en la que resultaron heridas unas 40 personas. Una cifra, la de heridos, que se multiplica por todo el país. Y entre ellos, 23 militares, según comunicó el general Vladimir Padrino, ministro de Defensa y cabecilla del generalato chavista.
La primera víctima mortal, mientras cuidaba los votos ciudadanos en su pueblo, se llamaba José Valero, quien resultó alcanzado por un proyectil junto a su centro electoral en Patiecitos. Otros jóvenes también resultaron heridos de bala en el estado fronterizo de Táchira, donde también está presente la guerrilla colombiana aliada de Maduro.
Pero las imágenes que resumieron con más precisión qué está ocurriendo en Venezuela comenzaron en Coro, con el derribo de la primera estatua de Hugo Chávez, y acabaron con el paseíllo de la cabeza de uno de los monumentos, atada por una cuerda a una motocicleta, como si se tratara de un western moderno. Un acto cargado de simbología que se repitió hasta en seis ocasiones. Los carteles de propaganda electoral de Maduro sufrieron suerte parecida por decenas.
«Hacemos un llamado urgente a la protección irrestricta de los derechos humanos a la libertad de expresión y a la protesta. Las personas que salen a la calle a manifestarse no deben, en ningún caso ser reprimidas con uso excesivo de la fuerza ni enfrentar la violencia impune perpetrada por colectivos armados», exhortó Amnistía Internacional.
Rebelión de los barrios populares
La peor pesadilla se ha desatado para Nicolás Maduro. Si hay un mito en Venezuela que durante años atemorizó al chavismo es del día que bajen los cerros (barrios populares). Lo hicieron en 1989 contra la subida de la gasolina ordenada por Carlos Andrés Pérez y el resultado fue una sublevación popular con centenares de muertos y el principio del fin del presidente socialdemócrata.
Ayer comenzaron a hacerlo, cuando desde Petare y Catia, desde los Valles del Tuy o La Vega, los jóvenes se lanzaron a la calle indignados por el robo de su voto y por el secuestro de su futuro. Desde las caceroladas de por la mañana a la cacería emprendida por los colectivos revolucionarios (paramilitares chavistas) contra los manifestantes en las cercanías del Palacio de Miraflores, la sede de gobierno de Maduro, sólo pasaron unas horas de «arrechera» (enfado) in crescendo. A tiro limpio espantaron a quienes pedían democracia ante la mirada cómplice de los policías bolivarianos.
La represión chavista se cobró la vida de un joven en Maracay, capital del estado Aragua, a dos horas de Caracas. Con esta muerte ya son al menos dos las víctimas mortales del plan terror que protagonizan los paramilitares revolucionarios.
Hasta una estatua de Hugo Chávez en Coro, en la zona occidental del país, cayó como si se tratara de la de Sadam Hussein en Irak. Muchos más fueron los carteles y fotografías gigantes de Maduro, derribadas, quemadas y pisoteadas por la ira popular.
Miles de cacerolas comenzaron a sonar en la mañana de este a oeste de Caracas, desde Petare, la mayor favela de América Latina, hasta Catia, que circunda Miraflores. El cacelorazo fue de época, las clases populares impusieron el ritmo metálico de la protesta, un clásico en la Venezuela contemporánea.
«Es la expresión de una ciudadanía que se siente ultrajada por una camarilla perversa atrincherada en el poder», resumió César Pérez Vivas, dirigente de la oposición democrática.
Y tanta fue la emoción que los más lanzados se fueron a la calle con los mismos instrumentos y sus banderas nacionales para demostrar su ira ante el masivo robo electoral. Primero en barrios populares de Caracas y después en al Venezuela profunda, la misma que fue el origen del movimiento de liberación nacional encabezado por María Corina Machado. Miranda, Vargas, Aragua, Portuguesa, Carabobo, Falcón, Anzoátegui, Táchira y otros estados no perdieron la oportunidad de demostrar que quieren cobrar su victoria electoral.
Un río humano, al que acompañó una tormenta tropical, caminó calle abajo en Petare bajo el grito de «El pueblo, unido, jamás será vencido».
«La indignación de la multitud se expresó ayer en votos. Hoy se está desplegando, sobre el territorio, de otras maneras», advirtió el sociólogo Rafael Uzcátegui, director del Laboratorio de Paz.
Fuente: El Mundo de España